“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

sábado, 29 de marzo de 2008

La suerte de picar

- Hola don Pepe.
- Hola don José.

- De nuevo nos encontramos en el mismo sitio.

- Ya lo ve usted, en el mismo sitio y para lo mismo… para pagar.

- Pero pagar por ver algo que te gusta no es mala cosa, don Pepe. Mire usted, yo, cuando cobro la paga extra de enero, la que nivela las pensiones con respecto al aumento del indice de los precios, me la reservo para sacar el abono de los toros, y así, cuando llega el momento de pagar, ¡zas! la saco y la invierto en el abono sin notar merma en mi bolsillo.

- Es que usted es muy previsor y organizado, don José. Yo, de la paga de enero ni me entero, y más en estos tiempos en que la cuesta de enero tiene unas pendientes más pronunciadas que las del Tourmalet…

- No se pase usted, don Pepe, que es un exagerado, con el abono todo son ventajas, tiene su localidad asegurada, le resulta más barato y, además, como dice el refrán: “sarna con gusto no pica”…

- De eso mismo le quería hablar a usted, de picar…

- ¿De picar…?

- Si don José, de la suerte de picar, del tercio de varas, de esa desgracia que se cierne sobre nuestra bien amada Fiesta de los Toros y amenaza con aplastarla bajo el peso mastodóntico que suman el percherón, el peto, el picador y la voluntad de los matadores que los mandan…

- Me asombra la capacidad que muestra usted para coger al vuelo lo que le interesa y desviar la conversación hacia su terreno…

- Es que los picadores, ejecutando las órdenes de sus jefes de cuadrilla, no lo olvidemos, son los mayores culpables de la situación en que se encuentra la Fiesta. Un toro que entra al caballo con alegría, sale de su primer encuentro con esa capoladora que es la “acorazada de picar”, destrozado, hecho papilla, para el arrastre, inservible para la lidia… y ahí se acaba todo.

- No exagere usted, a los toros hay que picarlos y dejarlos aptos para que los artistas se luzcan con la muleta…

- ¿Y como se pueden lucir con un marmolillo? Es una contradicción… luego los toreros se quejan de que no se ha movido el toro, que se han tenido que inventar la faena. ¿Y quién tiene la culpa de eso...? Pues ellos mismos que han dejado hacer a su picador. ¡Vaya jefe de cuadrilla, que está a merced de sus subalternos! Aunque lo más probable es que las ordenes sean precisamente esas, una primera vara a saco, que no se escape, y que el toro moribundo quede apto para la pantomima.

- ¡Usted delira, don Pepe! Vive en otra época. A los toros de ahora hay que picarlos en la primera vara, que seguro que el toro, por se la primera, la toma. Los matadores de hoy en día, que se juegan su prestigio en la faena de muleta, tienen que tener la seguridad de que su enemigo llega en condiciones aptas a ese tercio y no se pueden arriesgar a que el toro se quede crudo…

- Me da usted la razón, don José. Una primera vara demoledora, caiga donde caiga, sin miramientos, encerrando al toro, manteniéndolo un tiempo interminable bajo el peto inexpugnable y soportando un castigo carnicero, barrenando, rectificando y administrando media docena de puyazos en uno… ¡Qué no escape!... El toro es lo que menos importa en estos tiempos, y esa es la verdadera desgracia de nuestra Fiesta en la actualidad. El toro debe llegar al tercio de muleta triturado, inválido, agonizante… no vaya a ser que se acuerde de su raza, que le quede un gramo de fuerza, que le aflore su casta y ponga en evidencia al fenómeno de turno.

- Pero es que…

- ¡Que no hay pero que valga, don José…! Además, con esa forma de actuar, nos birlan uno de los momentos más emocionantes de la lidia, como es la suerte de varas, y poder comprobar la bravura del toro, que es su mayor galardón, y que, sería imperdonable olvidarlo, puede ser el pasaporte para su salvación, para conservar la vida y poder preñar con su simiente de bravura el futuro de su ganadería. De seguro que buena falta le haría a su ganadería y, por ende, al resto de las que componen nuestra “cabaña brava” que se esta convirtiendo en “cabaña morucha”.

- No… si razón no le falta, pero, ya que una vez más se ha enzarzado en estos terrenos que tanto le apasionan. ¿Qué soluciones plantea usted?

- Para empezar, acortaría el tamaño de las puyas, porque, tal como se pica hoy en día, es un arma destructiva que produce lesiones irreparables y definitivas. En segundo lugar, exigiría que los encuentros con los montados fueran cortos, picar y sacar al toro, y no dejarles que se duerman bajo el peto del caballo, para eso, además, existe el recurso de los quites, que tantos momentos de gloria han dado a la historia del toreo. Y en tercer lugar, y más tratándose de un gremio de especialistas, pediría a los picadores que se esforzaran, que se entrenaran, que practicaran y se preparan todo lo posible para realizar la suerte por derecho, según lo cánones, y con certeza. De esa forma, al recibir un castigo más proporcionado, más medido, y más certero, los toros podrían acudir más veces al caballo, incluso las tres que son recomendables para certificar su bravura, y podríamos observar sus cualidades y calidades de forma más nítida. Además, recuperaríamos un tercio en vías de extinción y que, bien hecho, resulta uno de los más bonitos y emocionantes de la corrida. Y lo más importante para el toreo moderno, que como usted bien dice se fundamenta en la muleta, el toro llegaría boyante, o no tan inválido como ahora, y se prestaría mucho mejor para que el lucimiento del matador y…

- ¡Pare usted, don Pepe…! Que me esta contando el cuento de “La Lechera”… No creo que estuvieran muy de acuerdo con usted picadores ni lidiadores…

-¿Y…?

- Y… pase usted que ya hemos llegado a la taquilla.

- ¡A pagar… y a callar!

- ¿Callar usted…?

domingo, 23 de marzo de 2008

La "tradicional" Corrida de Pascua

La tristeza me embarga en el día de hoy… así… como de golpe… se me han acumulado los recuerdos de otras épocas en las que este era un día grande, si no el que más, de la temporada, el Domingo de Pascua. Después de la languidez del otoño, adormecida por los recuerdos todavía frescos de la recién terminada Feria del Pilar, y una vez atravesado el crudo invierno repleto de días fríos y demasiado cortos -lo que desanimaba a los aspirantes que acudían a practicar a mis dependencias en cualquier otra época del año- que me sumían en la más absoluta soledad. Pero con la llegada de la primavera la cosa cambiaba. Todo empezaba cuando los operarios que se encargaban de mi mantenimiento aparecían cargados de herramientas y utensilios de limpieza y en pocos días me ponían en condiciones, “lavada y recién pintá”, como dice el dicho popular. Si el tiempo acompañaba se montaba algún festival previo al comienzo de la temporada, la afición estaba inquieta, expectante ante la nueva temporada y acudían en masa a cualquier convocatoria que se les propusiese, pero el día grande, el que levantaba expectación, el que atraía visitantes de pueblos, cabezas de partido y capitales cercanas a Zaragoza, era este día, el de la “Tradicional Corrida del Domingo de Pascua”.

Este día solía anunciarse un cartel de postín, tan solo igualado o superado por alguna de las combinaciones de la feria de octubre, y significaba el comienzo oficial, por todo lo alto, de la temporada zaragozana. Grandes momentos, junto a sonoros fiascos, se han vivido en esta fecha en mis dependencias, no voy a referirme hoy a los segundos, aunque en su momento también sacaré a la luz alguno de los momentos negros vividos en tal fecha, como ocurrió el año anterior al que nos ocupa, pero hoy no va a suceder porque el recuerdo que ha saltado al primer plano de mi memoria -y no se la razón ni me interesa saberla- es de los que podríamos considerar como brillantes. ¡Si! Fue un gran día… Es como si lo estuviese viendo ahora mismo…


Ocurrió el 5 de abril de 1942.
En los chiqueros seis toros de la prestigiosa ganadería de “Concha y Sierra” a los que debían dar muerte: “Manolete”, que se había convertido, sin lugar a dudas, en el mandamás del escalafón; Pepe Luis Vázquez, que se estaba consolidando entre las figuras de la época por su torería y el toque de su gracia sevillana; y Manuel Álvarez “El Andaluz”, que de novillero había levantado grandes expectativas y llegaba a “La Misericordia” después de su reciente doctorado en las "Fallas" de Valencia. No me digan que no era un cartel de postín, de los que dan lustre y engrandecen una plaza. Además, y para mayor gloria de mi ya larga historia, esa tarde, el toreo se dibujo... se hizo arte en mi ruedo. La afición, que como se puede adivinar en la instantánea tomada desde el callejón por el fotógrafo "Lara", aún a pesar del contraluz, llenaba tendidos, gradas y andanadas, salió encantada... como loca... impregnada del perfume torero que se había derramado por mi albero.

Pero no solo la afición había salido de acuerdo de la plaza, la crítica, la exigente critica que cubría los festejos que se daban en el coso que también se conoce con el nombre de mi creador, don Ramón de Pignatelli, reflejaban sus opiniones con absoluta clari
dad y unanimidad. Para dejar constancia me remito a lo que escribió “Don Indalecio”, que no se casaba con nadie ni por nada, pues al día siguiente, mientras degustaba en mi memoria el recuerdo de lo contemplado y paladeaba la fragancia que todavía flotaba en el ambiente, escuché la lectura de su reseña de la corrida que uno de los operarios que se ocupan de mi mantenimiento les hacía a sus compañeros. En pocas y certeras palabras "Don Indalecio" reflejaba claramente lo sucedido: “Torero por la sal de Andalucía y la gracia de Dios. Pepe Luis Vázquez. En cuerpo pequeño, torero grande. A “Manolete” le cogió esa ola de frío que le congela en tantas corridas. A “El Andaluz” se lo llevó por delante esa borrosidad, esa incertidumbre que desorienta a los toreros cuando acaban de contraer “justas nupcias” con la Tauromaquia… De la corrida de ayer queda para la posteridad el nombre del torerito fino, menudo, pletórico de gracia andaluza. Anótense ustedes el nombre porque, a lo mejor, se hace un hueco en el torero.
¡Se llama Pepe Luis Vázquez!”.


Los resultados numéricos del festejo, según mi opinión, no tienen demasiada importancia, lo que importa es lo que se queda en la retina, las sensaciones que te producen lo visto, por fugaz que haya sido el momento, lo que alimenta los recuerdos que se quedan grabados para siempre en la memoria, pero no voy a defraudar a los amantes de la estadística y voy a reflejar los números: “Manolete”, nada de nada; “El Andaluz”, vuelta; Pepe Luis Vázquez, una oreja y vuelta. Ahí están, así de fríos son los resultados. Yo prefiero quedarme con las rimas que este festejo le inspiró al crítico de “El Noticiero”, don Antonio Martín Ruiz, “Cantares”:


“Olía a primavera,
clavel y nardo
la faena del diestro
de San Bernardo.
Como aquella faena
del “Concha y Sierra”
hay pocas maravillas
sobre la tierra.”

Espero que comprendan la tristeza que me embarga en tal día como hoy, Domingo de Pascua, en otros tiempos día grande, si no el más grande de la temporada zaragozana... Es una fecha que se ha perdido y que, tal vez, nunca vuelva ha estar en el calendario taurino de Zaragoza. Es una pena... aunque al menos me quedan los recuerdos de lo vivido...
"Recordar es volver a vivir", dice una copla de la que no me viene el título a la cabeza... pues eso.

domingo, 16 de marzo de 2008

Pensamiento único

En el primer párrafo del prólogo del libro de Felipe Garrigues, “¿Suspiros de España? La Fiesta ante el siglo XXII”, escribe Luis Francisco Esplá:

“Con solo un reloj se sabe cierto la hora que es; con dos, uno ya no esta tan seguro. Esto ocurre también en los tendidos de las plazas de toros: no es raro ver al vecino de mi “coten” desbocándose en “olés”, mientras el del otro lado se deshace en murmuraciones acerca de la poca vergüenza del matador. Y si uno no anda sobrado de criterio, conocimiento y experiencia, lo normal es que al final tenga serias dudas en torno a lo visto.”

En este párrafo, concretamente en sus dos primeras frases, se encierra una de las premisas fundamentales del mundo de la información. Si tan solo existe una versión de los hechos esa, sin duda, será la verdad.


Los medios que se ocupan de los asuntos taurinos, desde siempre, han tenido y siguen teniendo muy clara esta idea, la historia de la tauromaquia esta llena de ejemplos que pueden corroborar esta afirmación, en este Blog alguna vez se ha tratado de ello y, con seguridad, se volverá a tratar en otras ocasiones. Pero no es objeto de esta entrada; ni detenernos en teorizar sobre el papel que juegan los medios que se ocupan del mundo de los toros; ni enredarnos en contar alguna de las historias que puedan ilustrar este comentario, seguro que por la cabeza de ustedes, estimados los lectores, ya ronda alguna. Prefiero extenderme en la segunda parte del párrafo y referirme a la influencia que, sobre los espectadores ocasionales de feria que acuden a las plazas, tienen las opiniones que se escuchan en los tendidos.


El pensamiento único que se esfuerzan en introducir los profesionales de la información y la propaganda taurina, en los citados espectadores ocasionales de feria, sobre los valores de la “nueva torería” y los “toros que sirven”, se puede derrumbar como un castillo de naipes ante las razones claras y contundentes que exponemos los aficionados desde nuestras localidades. De nada sirven los sesudos artículos y enjundiosos estudios sobre los toros y toreros actuales, ni las campañas publicitarias: cuando el toro se derrumba o presenta los pitones sangrantes; cuando el picador de turno masacra al toro en un primer puyazo salvaje e interminable, con el consentimiento de su jefe de cuadrilla, y lo inutiliza para la lidia; o cuando los toreros dan el petardo porque su disminuido enemigo se ha quedado más vivo de lo previsto. Tardes que se presentaban como gloriosas y en las que la plaza se ha llenado de espectadores dispuestos a ver la octava maravilla del mundo, se han convertido en una odisea para los taurinos ante las objeciones de algunos sectores de aficionados presentes en el festejo. Tan solo tenemos que recordar las continuas campañas de intoxicación dedicadas por la prensa taurina, por toda en general, al “7 de Madrid”, o a cualquier grupo de aficionados, en cualquier plaza, que con sus protestas les arruinan la que suponían gloriosa tarde. En algunos sitios, como en Zaragoza, desde donde escribo, han llegado a enviar provocadores y matones cerca de los grupos de aficionados más significativos que no han dudado en llegar a las manos.


¿Por qué esa saña y esa contundencia en combatir los reducidos sectores de aficionados que manifestamos nuestra opinión libremente en la plaza? ¿Tanta influencia podemos ejercer con nuestra limitada protesta? ¿Tan frágiles son sus razones? ¿Tanto esfuerzo explicativo, tanta inversión propagandística, tanta descalificación hacia los aficionados cabales, sirve para tan poco?


Si señores, porque una Fiesta que ha vivido de la controversia, del contraste de pareceres, de la opinión subjetiva que a cada uno nos produce lo que contemplamos en el ruedo, que es donde reside la grandeza y la fuerza de este espectáculo, no admite la uniformidad y el pensamiento único que pretender imponer los modernos teóricos de la ciencia de torear. Por eso los aficionados somos peligrosos, estorbamos, somos un obstáculo para sus planes y nos tratan, paradojas de la vida, a los que defendemos la Fiesta en su integridad, autenticidad y justicia, como enemigos, porque con nuestra simple y reducida critica en la plaza podemos estropear su trabajo de lavado de cerebro del nuevo espectador que acude a los toros y “no anda sobrado de criterio, conocimiento y experiencia” y podemos inducirlos a “que al final tenga serias dudas en torno a lo visto”.


Si en vez de hacer tanta propaganda y tratar de recoger tantos beneficios inmediatos se preocuparan en defender la pureza de la Fiesta y en educar a los espectadores ocasionales, en hacerles “entender” los fundamentos de la tauromaquia, en explicar su grandeza y los valores que encierra, quizás no recaudaran tanto, ni tan rápidamente, pero asegurarían su negocio por mucho más tiempo y, a la larga, acabarían ganando más. Entonces, los aficionados pasaríamos de ser sus más acérrimos enemigos a clientes preferenciales y, con mucho gusto, colaboraríamos, con nuestros conocimientos y disposición, en la difusión y engrandecimiento de esta Fiesta que es parte de nuestra cultura y de nuestra vida.

jueves, 13 de marzo de 2008

Un nudo en la garganta

Me propongo explicar lo que siento cada vez que visiono el vídeo que enlazo al final de esta entrada y no encuentro las palabras. Lo he visto varias veces y todas, todas sin excepción, me produce un nudo en la garganta y, a la vez, una ráfaga de emoción, como un escalofrío, me recorre todo el cuerpo, me retuerce el estómago y me conmueve.

Quizás sea la entrega, la ofrenda de la vida, el desinteresado ofrecimiento del cuerpo propio para defender al compañero caído, al indefenso que se encuentra abatido e inconsciente a merced de las embestidas del toro. Ver esos ojos que vigilan la siguiente acometida, esas caras tensionadas por la cercana presencia de la muerte, los gestos y la decisión para, como manta protectora, cubrir, con los suyos, el cuerpo rendido del amigo…


Quizás, para tratar de explicar esa sensación que no acierto a describir, sea más acertado acudir a un fragmento de unos versos de Konstantino Kavafis que me salieron al paso:

En medio del terror y de la sospecha,
con la mente agitada y los ojos asustados,
buscamos soluciones y planeamos qué hacer
para escapar de la segura
amenaza que tan espantosamente nos acecha.

Aunque quizás sea preferible que ustedes mismos lo vean y saquen sus propias conclusiones. De lo que sí estoy plenamente convencido es de que se trata de una auténtica lección de compañerismo.

martes, 11 de marzo de 2008

Cinco golpes secos

Los aficionados, alentados por las autoridades que regentan nuestra plaza, nos habíamos puesto de acuerdo con la empresa, las corridas de ese año debían de ser como habían de ser, seis toros escogidos, los mejores de cada camada, con el trapío propio de cada encaste, la edad reglamentaria y bien puestos de cuerna, astifinos, sin tacha. Habíamos viajado a las ganaderías seleccionadas y, junto con el empresario y los ganaderos, que competían entre los de su profesión por el honor de criar el ganado más bravo, habíamos reseñado lo mejor, sin escatimar en gastos, solo guiados por el afán de conseguir que, un año más, los toros que se debían lidiar en nuestra plaza fueran la envidia de todos los aficionados del país.

Una vez asegurado el ganado quedaba contratar a los toreros, no faltaban aspirantes a ocupar los puestos de los carteles, se peleaban por ello todas las figuras, el prestigio de nuestra feria los atraía como la miel a las moscas, no ponían objeciones al ganando, les daba igual apuntarse a una u otra corrida, les guiaba el ansia del triunfo, el anhelo de ser reconocidos como los mejores, venían dispuestos desde el primer momento, preparados, conscientes de que un triunfo en nuestro coso los catapultaría hasta el número uno del escalafón. La competencia, sin duda, sería dura y, haciendo honor a ese reto, no se dejarían ganar la partida por sus compañeros de terna.


Las cuadrillas, conscientes del compromiso de sus jefes, no escatimarían esfuerzos para hacer las cosas bien, siempre ocurría así, los subalternos sabían del importante papel que jugaban en la lidia de los toros que les correspondían a sus maestros y tratarían, por todos los medios, de que su labor sirviera para orientar, para corregir, para descubrir, para ayudar a los espadas que confiaban en ellos para este trabajo. Sabían que su labor era importante y a ello se aplicarían con todo su entendimiento, tanto en el manejo de la capa como en la suerte de banderillas, en la que competían en riesgo y majeza con los subalternos de las restantes cuadrillas, era un honor muy grande desmonterarse, requeridos por la ovación del respetable, después de colocar un buen par.


Los picadores eran elementos fundamentales de las cuadrillas y conservaban el orgullo de sus antepasados de profesión. Seguían manteniendo el honor y el privilegio de vestir de oro, como los matadores, en reconocimiento de la importancia de su labor que consistía en restar pujanza al toro y ahormar su embestida para el tercio de muerte. También sabían que su labor, además, tenia otro cometido no menos importante y que era seguida con la máxima atención por ganaderos y aficionados porque, a unos y otros, les servía para comprobar la bravura y poder de los toros, a los aficionados para calibrar la calidad de cada ejemplar, y a los ganaderos, además de eso, para orientar la selección de su ganado de cara al futuro, por eso mismo, los picadores, trataban de hacer la suerte con precisión y midiendo el castigo para que el toro acudiera, como mínimo, tres veces al caballo. La belleza y emoción de esta suerte, que tantas veces levantaba al público de sus asientos y provocaba las ovaciones más estruendosas, les hacia exigirse lo máximo de sí mismos y de sus cabalgaduras.


Los matadores tenían muy claro que donde se la jugaban era en la faena de muleta, conscientes de que los toros iban cambiando a lo largo de la lidia, no dejaban de observarlos en ningún momento, de esa observación dependía el tipo de faena y los pases que podían administrarle a su contrincante en cada momento, no podían ir con un plan preconcebido, había que ajustarse a las condiciones del toro y dominarlo, una vez hecho esto era cuando debían dar rienda suelta a su inspiración y convertir en arte, en dibujos en el aire, las suertes que considerasen más apropiadas para su lucimiento.


La culminación de la faena, la suerte suprema, era la estocada, ese era el fin de todo el trabajo desarrollado desde la aparición del toro en el ruedo. Facilitar ese momento, el más peligroso, sin duda, de toda su labor, debía ser consecuencia de haber hecho bien las cosas desde el principio. Una estocada en todo lo alto, por el hoyo de las agujas, de la que el toro saliese muerto de los vuelos de la muleta, por si misma, ya valía un triunfo. La muerte…


De pronto... cinco golpes secos… como cinco disparos… me despertaron. Todo había sido un sueño… pero los cinco disparos… como cinco golpes secos… habían sido reales y, a traición, como hacen los fanáticos y los criminales, habían segado la vida de un buen hombre -Isaías era su nombre- por defender, con valentía y a pecho descubierto, sus ideales. En una emisora de radio, estupefacto por la noticia… obnubilado por la rabia… impotente ante tanta barbarie… escuché, en boca de un amigo del pueblo de Zamora del que descendía, que Isaías Carrasco era un apasionado de los toros.

jueves, 6 de marzo de 2008

¿De qué fiesta hablamos?

Siguiendo la ruta marcada por la entrada del Blog “Toro, Torero y Afición” en la que se hacen eco de los comentarios del periodista de “6Toros6” que cubrió la información de la pasada feria de la Magdalena de Castellón, accedo a la web de la susodicha revista taurina y, bajo el titular de “¿Quién dijo crisis?”, leo la primera frase de dicho artículo en la que se dice: “La feria de La Magdalena del 2008 ha sido, económicamente, la mejor de los últimos años”.

Ante esta afirmación y la visión de las fotografías de muchos de los toros que han salido al ruedo en esta feria me pregunto: ¿De qué fiesta habla el periodista que hace esta rotunda afirmación? No cabe duda de que así ha debido de ser en el aspecto económico y en la afluencia de espectadores, pero en el aspecto ganadero, salvo contadísimas excepciones, se podría afirmar que ha sido una vergüenza y un auténtico desastre.

A eso atiende el título de esta entrada, porque cada día está más claro que en la actualidad la fiesta de los toros tiene dos vertientes claramente diferenciadas; la de los profesionales del taurinismo, y todos los que se cobijan bajo su sombra y sacan beneficios, económicos y de otra índole, de los espectáculos taurinos; y la que se asienta en el respeto, la tradición, la verdad y la integridad del principal protagonista, que no es otro que el toro, y que es la que tiene la fuerza y los ingredientes que la han perpetuado a lo largo de la historia de la tauromaquia.

Son dos concepciones radicalmente distintas y que, conforme va pasando el tiempo, se van apartando más profundamente la una de la otra. Esa fiesta del toro desmochado, inválido y disminuido que defienden y justifican los taurinos y sus voceros mediáticos, con el consentimiento de las autoridades encargadas de velar por lo contrario, y que se corresponde con lo que se ha visto en la recientemente terminada feria de Castellón, se ocupa de los beneficios antes que de la autenticidad y nos lleva, irremediablemente, hacia un espectáculo descafeinado y previsible en los que la emoción y la capacidad lidiadora de los toreros para resolver las dificultades que presentas los toros que les tocan en suerte, que han sido los valores que han mantenido en el candelero a esta fiesta desde hace tantos años, están quedando excluidos.

La mayor desfachatez que conlleva esta actitud de taurinos, voceros y autoridades que defienden esa fiesta descafeinada no es otra que el engaño de los espectadores y aficionados que acudimos a un espectáculo en el que se anuncia lo contrario de lo que en realidad es. Que digan, si se atreven, lo que realmente se ofrece y de esta forma eviten la mentira, la cosa sería muy fácil, tan sólo bastaría con anunciar en los carteles que los toros que saltarán al ruedo estarán convenientemente manipulados y arreglados, de acuerdo con las exigencias de los diestros que concurren en el cartel, así, al menos, sabríamos a lo que atenernos y no nos sentiríamos estafados.