“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

miércoles, 30 de abril de 2008

El peligro de la comparación

En la “Corrida Concurso de Zaragoza” se pudo comprobar que la suerte de varas bien realizada es posible, que tan sólo hace falta que los profesionales encargados de ello la realicen según debe ser. También se puso en evidencia que, cuando esto sucede, el público en general, no sólo los aficionados, se emocionan con su ejecución y los aplausos, como impulsados por un resorte, surgen de sus manos como un torrente incontenible. Igualmente podemos afirmar que lo que en la mayoría de las veces es un tercio sanguinario reprobado por la mayoría de los asistentes a los festejos, conlleva en sí mismo una gran belleza plástica que produce sensaciones difíciles de olvidar por el afortunado que lo contempla cuando se hace según mandan los cánones de la suerte de picar toros.

También podemos deducir que tan bello espectáculo, como es el tercio de varas, no sea del agrado de los profesionales del taurinismo, porque si se le da la importancia que por si mismo tiene al auténtico protagonista del espectáculo, que no es otro que el toro y, en vez de masacrar al animal para destruir su poder y evitar o minimizar posibles riesgos, se mide el castigo, se le pica en el sitio recomendado, se le ahorma y predispone para el resto de los tercios, muchos de los profesionales que hoy por hoy se llevan la mayor parte de los beneficios no estarían en este negocio pues, ni por condiciones, ni conocimientos tendrían la capacidad de ejercer la profesión que ejercen.

Pero el mayor riesgo que conlleva para los taurinos un espectáculo como el vivido el pasado día 26 en el coso de “La Misericordia” de Zaragoza, es la posibilidad de poder compararlo con lo que viene siendo habitual en la práctica totalidad de las plazas de toros y, siguiendo esta lógica, que el público y los aficionados exijan esa otra forma de hacer las cosas, porque según lo visto el pasado sábado, es posible si así lo quieren los profesionales. La fiesta adulterada que nos ofrecen en la actualidad no resiste la comparación con la Fiesta íntegra y auténtica que reclamamos los aficionados, de la misma forma que el aburrimiento habitual de la mayoría de los festejos que se programan en la actualidad no la resisten con la emoción y la belleza de la Fiesta en su plena manifestación.

Quizá por eso no sea tan extraño que los periodistas ligados, por las razones y los intereses que sean, al negocio taurino y que en la actualidad son la mayoría de los que se ocupan de hacer las crónicas de los festejos, no tengan el decoro de hacer honor a su profesión e informar con la máxima veracidad de lo que realmente sucede en el ruedo. Esto es lo que ocurre en casi todos los medios de comunicación que se dedican a informar de toros y, por desgracia, también es lo que ha ocurrido con la información de la “Corrida Concurso de Zaragoza” que han ofrecido los medios locales, y no entro en la opinión subjetiva que el espectáculo taurino produce en cada uno -público, aficionados y periodistas-, sino en faltar a la verdad, falsear los datos y escribir pensando en la defensa de unos intereses que nada tienen que ver con los de los consumidores del espectáculo de los toros.

Pero de este tema, por su cercanía y gravedad, me ocuparé con más amplitud en otra ocasión, tiempo habrá para ello, por ejemplo, el día en que se magnifiquen positivamente acontecimientos que estén en el límite de lo permitido o rayen en el fraude y, tengan ustedes por seguro, que no tardarán mucho en producirse. Ahora, y para dar por finalizada esta entrada, querría apuntar con rotundidad que las falsificaciones que pretender vendernos como auténticas los voceros mediáticos de los taurinos no resisten ni un momento la comparación con la Fiesta Íntegra, Auténtica y Justa que exigimos los aficionados.

domingo, 27 de abril de 2008

Un soplo de esperanza

Ver como la inmensa mayoría de los asistentes -casi media plaza- se rompen las manos de aplaudir a un toro que se arranca al caballo por tercera, por cuarta, por quinta, por sexta vez, acudiendo al cite desde una distancia cada vez mayor, yendo a más y creciéndose al castigo, es un soplo de esperanza que aviva la mortecina llama de la Fiesta. Eso ocurrió en la Corrida Concurso de Zaragoza que tuvo lugar en el día de ayer, 26 de abril de 2008, y sucedió al menos en dos toros, uno de Prieto de la Cal que tomó 6 puyazos, y otro de Fuente Ymbro que recibió 5.

Cansado de asistir a corridas de toros, en plazas de primera, en la que es práctica habitual, ante la indiferencia general del público, un primer puyazo demoledor y un segundo de compromiso, había llegado a pensar que esto era una situación irreversible y que la suerte de varas no interesaba para nada a la concurrencia, que una suerte tan espectacular y emocionante, si se realiza en regla, estaba en fase de extinción y con ella el futuro mismo de la Fiesta.

Ayer pude comprobar que esto no es así, que puede ser una situación reversible, que si el interés del público lo reclama, si exige que picadores y toreros la realicen como debe ser y, de esa forma, esta suerte recupere el protagonismo que nunca debió perder, es posible que vuelva a cumplir la función para la que fue creada y con ello aporte la emoción y la belleza que conlleva.

Del desarrollo de la corrida y los matices destacables de la misma otros escribirán con más detalle y sabiduría, incluso es posible que yo mismo, cuando se posen las sensaciones y las emociones, me atreva a escribir algunas líneas. Lo que quiero reflejar en esta reflexión precipitada es que la actitud del respetable -casi media plaza- rompiéndose las manos de aplaudir a un toro que se arranca al caballo por tercera, por cuarta, por quinta, por sexta vez, acudiendo al cite desde una distancia cada vez mayor, yendo a más y creciéndose al castigo, es un soplo de esperanza que aviva la mortecina llama de la Fiesta.

jueves, 24 de abril de 2008

II Encuentro de Aficionados

- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- ¿Cómo usted tan pronto por aquí?

- Pues mire, voy a la reunión que han convocado los del “Manifiesto de Aficionados” en el Aula Cultural de la Plaza de Toros.
- Importante debe ser esa reunión para que madrugue usted tanto, nunca antes lo había visto a tan tempranas horas por estos andurriales, pues jamás viene usted al sorteo ni a ver lo que se cuece en los corrillos de los taurinos. ¿Y de qué va ese acto que tanto le interesa?

- Sobre la suerte de picar, pues el lema bajo el que se convoca así lo dice: “La suerte de varas es el eje de la lidia”.
- Bonita frase, don Pepe, bonita frase… pero en los tiempos que corren esa suerte no tiene mucha importancia que digamos, es más, incluso me atrevería a afirmar que a los espectadores de los festejos taurinos no les interesa mucho esa fase tan violenta de la corrida. Ya sabe, los gustos cambian y…

- ¡Pero que me dice usted, don José! Si, además de ser uno de los momentos más emocionantes y espectaculares de la lidia, ha sido, desde siempre, la forma de medir la bravura de los toros y la piedra de toque en la que se han basado los ganaderos para la selección de su ganado. Lo que pasa es que, en estos tiempos, ha degenerado tanto y se realiza de forma tan calamitosa que da lástima y pena contemplar su ejecución…
- En estos tiempos, con los adelantos de la ciencia y la genética, la selección se hace de otra forma, con otros métodos y, antes que la bravura, se buscan otras cualidades en los toros; nobleza, toreabilidad, colaboracionismo con los artistas que se visten de luces… ya me entiende usted…

- Claro que lo entiendo, don José, demasiado bien lo entiendo… Ahora me dirá usted lo del toro artista, ese tipo de animal inválido, aborregado y obediente que se han inventado los ganaderos y que, más que toro, parece una babosa…
- No se pase de frenada, don Pepe, que todos los toros tienen su peligro…

- … Y con la ruina de toros que saltan al ruedo en la actualidad, la suerte de varas, salvo para machacar inmisericordemente a los pocos que, por casualidad, todavía conservan una pizca de fuerza, no sirve para nada, es un mero simulacro y, como sigan las cosas por ese camino, muy pronto se planteara la conveniencia de su desaparición pues, además de la violencia y la presencia de la sangre que lleva implícita, tampoco cumple con otro de los requisitos que avalaban su existencia, como es el de ahormar el toro para los sucesivos tercios de la lidia, pues el toro ya sale convenientemente ahormado de los chiqueros y…
- No sea usted bruto y mal pensado, don Pepe, que las cosas no son como usted las pinta, además estará de acuerdo conmigo en que el público que ahora asiste a las corridas tiene otra mentalidad y una sensibilidad...

- ¡Buenoooo! Ya estamos con la sensibilidad… Por ahí se abre la puerta que nos conduce hacia su abolición, luego vendrán las razones consiguientes; que si el público de ahora no esta acostumbrado a presenciar semejantes dosis de violencia; que si es una práctica salvaje que resta belleza al conjunto del espectáculo; que si los antitaurinos; que si los niños...
- Pero no me dirá usted que…

- Lo que le quiero decir es que la fiesta de los toros es así, con sangre, con violencia… vamos… como la vida misma, y no podemos cerrar los ojos ante esa realidad. Si le quitamos esos ingredientes se queda en nada, se convierte en una pantomima, en una función de ballet con un toro amaestrado y solícito que nada tiene que ver con lo que ha sido este espectáculo desde sus inicios y que lo ha mantenido vigente desde hace siglos…
- Ya veo que ustedes, lo que apoyan ese “Manifiesto” del que me habla, están anclados en un pasado que poca relación tiene con las inquietudes de la sociedad de este siglo recién estrenado, son unos intransigentes, unos retrógrados que viven en otra época que nada, o poco, tiene que ver con la realidad, esa fiesta de la que me habla esta caduca, en estos tiempos se valoran otras cosas como son el arte y la torería que destilan…

- ¿De qué arte y torería me habla, don José? ¿Acaso se emociona usted con las interminables series de pases y capotazos, ante toros inválidos, afeitados y disminuidos, de los figuras que copan el escalafón? No me extraña que, siguiendo esa lógica, quieran acabar ustedes con la suerte de varas, con el tercio de banderillas y con la muerte de los toros en la plaza. Díganlo claramente, planteen su alternativa que no andará muy lejos de abolir la suerte de varas, sustituir los arpones de las banderillas por ventosas y la espada por un artilugio que, en vez de herir, se retraiga sobre si mismo cuando toque la piel del toro…
- Es que usted, don Pepe, no tiene término medio…

- Ni término medio ni entero, don José. El toro es el toro, no la falsificación que pretenden colarnos los taurinos y que de toro no tiene más que el nombre. El toro debe tener poder y cuernos íntegros, debe asustar, dar miedo al espectador, porque ahí se genera la emoción que supone su lidia y si, una vez dominado, se consigue torearlo con arte y darle muerte de una estocada hasta la bola por el hoyo de la agujas, este espectáculo se convierte en el más grande del mundo. Por eso la suerte de varas tiene importancia y, como reza el eslogan de este “Encuentro de Aficionados”, es el eje de la lidia, porque además de servir para la selección de la materia prima, el toro bravo, que le de continuidad a esta fiesta, debe servir para corregir los defectos del toro y ahormar su embestida, solo así se puede llegar a ese estadio del arte, y no a su falsificación, con el que ustedes se llenan la boca. Para que eso ocurra, no le quepa duda, lo primero que hace falta es un toro con toda la barba y una suerte de varas realizada como mandan los cánones.
- Amén.

- ¡Ah! Y no se olvide usted, don José, de lo que dice esa famosa chapa que circula por ahí: “Sin toro nada tiene importancia”.

sábado, 19 de abril de 2008

Palabra de picador

"La mayoría de los picadores de hoy se figuran que picar es barrenar. Y que para dar castigo a un toro se precisa hacerle la “carioca”. Y no es así. Picando por derecho se les puede hacer a los toros cuanto daño se quiera. Lo que hace falta es saber “agarrarse” en los altos y picar como las reglas mandan. Yo tuve a mi lado muchos que así lo hicieron: “Agujetas”, “Badila”, “Zurito”…"

De esta forma, tan clara y concisa, se explicaba el picador Rafael Márquez “Mazzantini” ante la pregunta que le formulaba el periodista José Luis de Córdoba sobre la forma en que se realizaba la suerte de varas en la época en que lo entrevistó, allá por el año 1956. Más de cincuenta años después la respuesta tiene la misma, o incluso más, vigencia que entonces, porque los problemas de la suerte de varas, la forma en que los picadores la realizan -con el consentimiento de sus jefes de cuadrilla- no solo no se ha rectificado, sino que se han agravado todavía más con la práctica del monopuyazo destructor que deja a la mayoría de los toros para el arrastre.

En el momento de la entrevista referida Rafael Márquez “Mazzantini” contaba casi 90 años, pues había nacido en Córdoba, el 21 de febrero de 1867. Con quince años, en 1882, entró al servicio de la ganadería de Rafael Molina “Lagartijo”, en calidad de vaquero. Recuerda que el primer califa cordobés “fue padrino de mi boda, celebrada en la parroquial de Santa Marina el 28 de mayo de 1888. Aquello se festejó a lo grande, porque ya sabe usted lo que era el maestro de rumboso… Después de hacer frente a todos los gastos, me regaló un billete de quinientas pesetas”.


Estuvo en la ganadería de “Lagartijo” hasta 1894, año en el que pasó a la ganadería del Marqués de los Castellones como ayuda de conocedor, poco tiempo después ascendió a mayoral. En esos momentos no tenía pensado ser picador, pero no se le daba mal cuando lo hacía en los tentaderos. Eso hizo que algunos aficionados se fijaran en él. Uno de ellos, el empresario de Córdoba Pepe Guerra, le ofreció la posibilidad de probarse en las corridas de la Feria de Mayo de 1885. Aceptó y salió en calidad de reserva. Durante un tiempo alternó su trabajo de mayoral con el de picador. En el invierno de 1906, con motivo de un viaje a México enrolado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaito”, se despidió de la ganadería y se dedicó profesionalmente a picar toros.


La trayectoria de sus 33 años como picador profesional nos la resume el propio “Mazzantini”: “Con “Manolete”, padre, naturalmente, fui colocado tres temporadas. Mi compañero era esa tontería de picador que se llamó el señor Manuel de la Haba “Zurito”. También he actuado con Francisco Posadas, Manuel Torres “Bombita”, “Machaquito”, “Algabeño”, Paco Madrid, Isidro Marti Flores, Curro Martín Vázquez, Rafael “El Gallo”, Juan Belmonte… Y de éste para acá, ¿a qué citar nombres? Ponga usted muchos, los principales, hasta 1939, en que me retiré, cuando contaba la edad de 72 años”. En esa última temporada de actividad profesional formó parte de la cuadrilla de Florentino Ballesteros (hijo).

Ojalá que la sabias palabras pronunciadas por Rafael Márquez "Mazzantini" sirvieran de ejemplo y acicate a los picadores de nos ha trocado sufrir en esta época. Dudo que así sea, pero no debemos olvidar que la obligación de los varilargueros modernos, como las de todos sus predecesores, es y ha sido "picar como las reglas mandan" y si así no lo hacen, o están actuando fraudulentamente, o no están capacitados para desempeñar esta profesión.

lunes, 14 de abril de 2008

La suerte de varas y los ganaderos

Los más perjudicados por la forma en que se practica la suerte de varas en la actualidad, junto a espectadores y aficionados, son los ganaderos, porque las desastrosas consecuencias que produce en los toros su práctica, arruinan sus expectativas, son irreversibles y condicionar el posterior desarrollo de la lidia.

Aunque muchos de los toros que saltan actualmente al ruedo ya salen disminuidos, tanto en trapío como en poder, de los chiqueros, los pocos que conservan cierta pujanza son aniquilados inmisericordemente por esa mole que forman caballo percherón y caballero armado, saliendo de la suerte inválidos e inservibles para el momento cumbre de la tauromaquia moderna que, por desgracia, se limita a la faena de muleta.


Los aficionados, los espectadores y los ganaderos somos los damnificados de esta práctica habitual. Los unos porque nos vemos privados del espectáculo por el que hemos pagado, y los otros, porque ven esfumarse sus ilusiones en esa muralla infranqueable en la que se estrellan sus toros.


Los ganaderos, como lo estamos los aficionados, deberían estar preocupados por el problema que supone la suerte de varas y tendrían que plantearse seriamente el problema para tratar de buscar una solución, en ello, si responden al patrón clásico de su profesión y les guía el amor por la Fiesta, les debería ir su reputación y la de su ganadería. Y aun más, si observan este problema desde el punto de vista del negocio taurino, todavía deberían de estar más preocupados, porque los derroteros por los que circula la Fiesta los sitúan como meros comparsas cuya labor, en la actualidad, consiste en suministrar toros colaboradores y amorfos que se presten a el lucimiento de los figuras de turno.


Si quieren recuperar la importancia que tuvieron en otro tiempo y ganarse el respeto de los aficionados; si apuestan por la variedad de encastes como condimento que enriquece hasta el infinito los matices de la Fiesta y asegure la continuidad de su ganadería; si desean dejar de ser mera comparsa en el negocio taurino y ganar el dinero, y el prestigio, que se merecen por aportar al protagonista principal de espectáculo; tendrían que plantearse, en primer lugar, recuperar la personalidad de su ganadería y, para ello, exigir que la suerte de varas se realice de acuerdo con los cánones, de esa forma se podría recuperar la mejor prueba de selección que se ha inventado, hasta el momento, para calibrar la bravura de sus toros.


Por todo ello no pueden permanecer callados, deben de dar un paso al frente y coger el toro por los cuernos, si no lo hacen, si siguen callando, deberemos de pensar que su silencio encierra la conformidad con la situación actual en la que son un mero juguete en manos de otros estamentos profesionales que los han relegado a un segundo plano y controlan el negocio a su antojo. En esa camino los ganaderos no estarían solos, por confluencia de intereses, se encontrarían en compañía y con el apoyo de los aficionados, porque en ese cometido, en de la recuperación del toro y la plenitud de la lidia, deberíamos estar en el mismo frente; los unos, en defensa de sus legítimos intereses; y los otros, en la de nuestro espectáculo favorito, de esa forma, ambos, trabajaríamos por la defensa y proyección futura de la Fiesta.


Los aficionados, los que nos agrupamos en torno al “Manifiesto”, los estamos intentando. Si el año pasado presentamos esta iniciativa con el objetivo de recuperar la integridad, autenticidad y justicia en la Fiesta de los Toros, este año, en el “II Encuentro” que tendrá lugar en Zaragoza los próximos 26 y 27 de abril, profundizaremos sobre el cáncer que supone la suerte de varas en la tauromaquia moderna y plantearemos un decálogo de medidas que podrían ayudar en su regeneración. Los ganaderos, con más razones y autoridad que nosotros, deberían pronunciarse sobre este tema y ser la punta de lanza de este movimiento pues, no debemos olvidar, que ambos, ganaderos y aficionados, somos los más perjudicados por el actual deterioro de la suerte de varas. Si esto ocurriese ambos saldríamos ganando, pero no debemos de olvidar que, al margen de intereses particulares, la más beneficiada seria la propia Fiesta de los Toros.

jueves, 10 de abril de 2008

Miguel de Molina - Sevillanas del Espartero

Quizás este sea uno de los días más apropiados para recordar a Miguel de Molina porque, tal día como hoy, pero de hace 100 años, nació en Málaga, el 10 de abril de 1908, Miguel Frías de Molina. Con el tiempo llegó a ser una primera figura de la copla y rivalizó, en la época de oro de este género, con los dos nombres de mayor peso y enjundia que ha dado la canción española, Conchita Piquer y Juanita Reina. La rivalidad con la primera traspasó los límites de los escenarios y se alargó en el tiempo, porque Miguel pensaba que la “Piquer”, celosa de sus éxitos, había instigado “para que lo echaran de España”. Pasó mucho tiempo hasta que se convenció de la falsedad de los rumores que, con evidente mala fe, alguien había propalado. En los últimos años de su vida reconoció públicamente, en una entrevista emitida en Canal Sur, su error y eximía a la valenciana de aquellas maledicencias. La artista valenciana, cuando escuchó tales declaraciones, dicen que comentó: “¡A buenas horas, mangas verdes, cuando ya tenemos los dos permiso del sepulturero…!”.

Miguel tuvo una infancia alborotada y creció sin disciplina paterna, pues su padre, zapatero de profesión, adolecía de epilepsia y pasaba largo tiempo convaleciente. Fue expulsado de varios colegios, pasó por el reformatorio, se escapó de casa con trece años, se ganaba la vida haciendo los recados de “la madame” de una casa de citas y, desde hacia ya tiempo, había aflorado su homosexualidad. Vivió en Sevilla los últimos años de los veinte y llegó a Madrid en 1930.

Trabajó de camarero en el colmado “Los Claveles”, en la zona de Sol, y de madrugada frecuentaba el “Villa Rosa”, donde se reunían toreros, “cantaores” y gentes del espectáculo. La gracia y la espontaneidad que lo acompañaban, junto con su afición al baile y al cante, le hacían granjearse la simpatía de la concurrencia en aquellas fiestas en la que Miguel bailaba, cantaba, era gracioso, divertido y descarado cuando respondía a las burlas que provocaba su afeminamiento. Cuando desde el público le gritaban: “¡Marica…!”. Él, desafiante desde el centro del escenario, solía contestar: “¡Mejor maricón, que suena a bóveda”. Miguel de Molina nace para el mundo artístico en 1931. Formó pareja con Soledad Miralles, “bailaora” que había abandonado los escenarios tras su boda con Bernardo Ruiz Carnicerito de Málaga, y a los que volvió tras separarse de éste. Formaron pareja de cante y baile y debutaron en el Romea, pasando después al Coliseum. En el Liceo barcelonés fue el “Carmelo” de “El amor brujo” en unas cuantas representaciones. En sus comienzos compartió pareja y cartel con otras artistas como Adelita Durán, Pilar Calvo o Amalia de Isaura y, a partir de ahí, su carrera empezó a tomar vuelo, y su historia a convertirse en leyenda… Pero eso es harina de otro costal y en otro momento le meteremos mano, ahora, para que no se haga interminable esta entrada, centrémonos en un par de aspectos concretos.

Las “Sevillanas del Espartero” fueron incluidas en la película “Pepe Conde”, rodada en 1941, y se convirtió en uno de los mayores éxitos de su repertorio. Miguel de Molina hizo una creación inmejorable, pues salía a escena vestido como un torero, aunque de guardarropía, y adornaba su interpretación con cimbreantes pasos de baile y barrocos pases toreros. La canción, como tantas otras de esa época, es original de esa maravillosa cuadrilla de compositores de copla que fueron Valverde, León y Quiroga.

Manuel García Cuesta El Espartero, nacido en Sevilla el 18 de enero de 1865, fue uno de los toreros con más presencia en el repertorio coplero y, además, fue un ídolo entre las mujeres. Maoliyo, como familiarmente lo llamaba la gente, dejó para la historia del anecdotario taurino, en respuesta a la pregunta de porque se dedicaba a una profesión de riesgo como los toros, la celebre frase: “Más cornás da el hambre”. Tomó la alternativa el 13 de septiembre de 1885, de manos de Antonio Carmona El Gordito, y alternó con los más grandes toreros de su época. El 27 de mayo de 1894, cuando iba camino de la plaza de toros de Madrid para tomar parte en la corrida en la que estaba anunciado, se cruzó con una comitiva fúnebre. Tocó madera y miró de soslayo a su cuadrilla. En el coso de la calle de Alcalá le esperaba el toro Perdigón, de la ganadería de Miura que, ya herido de muerte, lo empitonó por el vientre. Veinte minutos después, en la enfermería de la plaza, El Espartero expiraba. Eran las cinco y cinco minutos de la tarde.

En memoria del intérprete, Miguel de Molina, en el centenario de su nacimiento; en mitad de esta semana de farolillos de la Feria de Abril, en donde las sevillanas reinan, y en recuerdo del protagonista de la canción, El Espartero, uno de los héroes legendarios de la historia de la Tauromaquia, vayan estas:

Sevillanas del Espartero
(Valverde - León - Quiroga)

Las mujeres de Sevilla
merece que se compongan.

Merece que se compongan
las mujeres de Sevilla,
ole, ole, ole, ole,
las mujeres de Sevilla
merece que se compongan.

Merece que se compongan
que se ha muerto El Espartero,
ay, ay, ay, ay,
que se ha muerto El Espartero
para que la quiera ella más.

Vaya una pena que ha muerto
el rey de los toreros de luz,
toca Sevilla entera y se han
teñido los pañuelos de negro
todas las cigarreras.

Al hijo de El Espartero
lo quieren meter a fraile.

Lo quieren meter a fraile
al hijo de El Espartero,
ole, ole, ole, ole,
al hijo de El Espartero
lo quieren meter a fraile.

Lo quieren meter a fraile
y la cuadrilla le dice,
ole, ole, ole y ole,
y la cuadrilla le dice
torero como su padre.

La Maestranza ya ha puesto
luto en sus balcones
y las banderas a media asta
y hasta mandó poner crespones
en los chiqueros de la plaza.

Los toritos de Miura
ya no tienen miedo a nada.

Ya no tienen miedo a nada
los toritos de Miura,
ole, ole, ole, ole
los toritos de Miura
ya no tienen miedo a nada.

Ya no tienen miedo a nada
que se ha muerto El Espartero,
ay, ay, ay, ay,
que se ha muerto El Espartero
y el mejor que los mataba.

Y arsa la guasa que te
metiste en la cocina que te
llenaste telarañas que te
pusiste unos botines que con
los tacones de caña.

martes, 8 de abril de 2008

Emoción o aburrimiento

Cuando en una tertulia sobre un festejo taurino se amontonan las palabras, se superponen las opiniones, se levanta el tono de la voz y se habla con pasión, se rebuscan exclamaciones y adjetivos grandilocuentes, se rompen las reglas de una conversación ordenada… es que la “emoción” de lo visto, y lo vivido, provoca sensaciones intensas que hacen recordar como si lo estuvieras viendo, viviendo de nuevo.

Cuando en una tertulia sobre un festejo taurino se respeta el turno de palabra, se interviene por compromiso, se rebuscan los adjetivos para condenar o para disculpar, se mantiene un tono de voz apagado y los lamentos y malos augurios se apoderan del vocabulario… es que el "aburrimiento" se ha adueñado del ambiente y, más que hablar, se desea olvidar y lamentarse por la pérdida de otra oportunidad.

Emoción o aburrimiento. He ahí el quid de la cuestión.

viernes, 4 de abril de 2008

Dice Pepe Luis...

- No podía ser torero pensando que iba a hacer un molinete, un kikirikí o cualquier cosa del repertorio sevillano; tenía que estar en otra cosa más importante, que era estudiar al toro para poderle. Al toro no se le puede más que con la cabeza, y metiéndoselo en la cabeza.

- Lo que uno pretende, al empezar la faena, e
s poder con el toro. Poderle es estar siempre por encima de él. Esto es lo que se debe tener bien claro. Después, cada uno discurre a su manera, haciendo lo que le vaya apeteciendo con el toro. Pero antes hay que ir compenetrándose con el toro, hay que ir estudiándolo, porque no se acaba de estudiarlo cuando se coge la espada y la muleta. Los toros cambian en el transcurso de la faena… Es un estudio continuo hasta que el toro muere.

- Al principio es el toro
el que marca la pauta, y le da al torero la velocidad. Pero poco a poco el torero, si es bueno, va reduciendo la velocidad del toro, y éste termina por acoplarse al temple del torero. Ese temple de verdad lo tiene muy poca gente. En él está metida la inteligencia, la sabiduría y la historia del toreo. El que es incapaz de reducir la velocidad del toro, y torea rápido, deja muy pocos recuerdos. El temple es el toreo puesto en pie. Todo lo que se haga con un toro despacio es lo que tiene verdadera importancia, y queda en el recuerdo del que lo ve. Antes, cuando salían los toros con esa velocidad y esa fiereza, el torero que iba reduciendo esa agresividad, y en el cuarto muletazo ponía al toro a su temple, era un prodigio. Ese milagro se podía considerar como la verdadera esencia del arte de torear.
- La emoción del toro siempre tiene que darse; yo no estoy muy de acuerdo en que el torero haga desaparecer el peligro del toro. Cuando los toreros se entregan de verdad, por muy bueno que sea el toro, se tiene que poner en el sitio donde el toro pueda coger. Y eso no cabe duda de que da una gran emoción al público, porque se da cuenta de que, como se equivoque el toro, o el torero, sobreviene la cogida. No se puede estar bien sin dar esa sensación de que te pueda coger el toro, y para dar esa emoción hay que ponerse en el sitio donde el toro es capaz de coger.

- La gracia no está reñida con la profundidad.
No es una gracia cascabelera, sino que parece que es un don sobrenatural. Es saber interpretar, en un momento en que nadie, ni el mismo torero, sabe lo que va a hacer. Se dice que esta basada en los adornos. La gracia de estos adornos consiste, a mi juicio, en la sorpresa. Es una cosa que se le ocurre a uno en una milésima de segundo… Esa sorpresa es la que hace que digan que algún torero sevillano está tocado de la gracia.

- El hombre que e
s torero no tiene otra forma de expresividad que con el toro delante. Allí desenvuelve todo su sentimiento y su sabiduría. Lo que quiere es poderle al toro para poder desarrollar su interioridad, su manera de pasar por la vida. Esa es la meta del torero, el decirse: “¡A ver si esto llega! Aunque sea una cosa en el aire, que se va, y que desaparece, que por lo menos quede en el pensamiento de alguien y en su cabeza”.

-
Siempre nos ha gustado torear, y que el toro se venga, que se mueva, que es lo bonito. Desde que hemos ido alas tientas hemos procurado, en vez de hacer un toreo encimista, despegarnos un poco del toro para que se venga. Sí, posiblemente hemos tenido el sentido de darle al toro espacio para que se crezca y se alegre creyendo que puede alcanzar aquello. Hay que decir que el toro, en aquella época también se movía más. Esa es la verdad.

- Puede ser el toro el que haya puesto el toreo así de monótono,
pero no cabe duda de que surge muy poca sorpresa. Hay poca imaginación. Los toreros se acoplan a una faena muy igual. Pero el toro es el que trasmite y te sorprende. Es el principal protagonista, y cuando vuelve de distinta manera de una a otra vez, y tiene alguna agresividad, alguna dificultad, pone a la gente muy pendiente, y el torero, naturalmente, mucho más pendiente. Antes esa compenetración necesaria entre el toro y el torero, para trasmitir al público, no producía faenas monótonas, por muy deslucidas que fueran.


Las palabras puestas en boca de Pepe Luis están entresacadas de la entrevista que aparece en el libro "El torero y su sombra" de François Zumbiehl. El vídeo es una producción de "La Cabaña Brava" y está alojado en su contenedor de YouTube "La Cabaña Brava Va de Toros".